domingo, 15 de julio de 2012

The limit does not exist 1



Siempre que me alguien me pregunta: <<¿A qué te dedicas>> siempre respondo lo mismo: A la vida. Después de esta respuesta tan confusa, la persona en cuestión pensará quejosa en una serie de profesiones a las que acatar dicho término. Pero lo que no saben es, que detrás de esa afirmación no hay ninguna metáfora.¿Quién no ha pensado alguna vez en la muerte? Pero, ¿hay alguien que haya pensado en la vida en sí? Te preocupas por la muerte y aún no ha tocado a tu puerta. Las personas son seres curiosos. Dedican toda una vida a prepararse para otra de la que no están seguros de su existencia. Todos esos ritos de llevar una vida dedicada a Dios, a la moralidad, al altruismo... para sanar las heridas de un alma que se supone que es inmortal. Pues bien, yo no debería ser una excepción. Después de todo, yo también quiero una vida longeva, un recuerdo en aquellos que estarán donde yo ya no podré. Y todo ello siguiendo una serie de pautas que yo me he saltado desde el principio de los tiempos.Ya no sigo las señales, ya no me preocupa buscar un camino. Un día, simplemente te hartas de todo, te quitas los zapatos y echas a andar. Curioso, ¿verdad? Siempre hablamos de caminos y no nos damos cuenta de que en realidad las vistas son más amplias. ¿Ves los caminos? Yo sólo veo una gran explanada que abre los brazos delante de mis ojos. Si miras hacia atrás, el pasado, hacia adelante, el futuro. Pero yo no consigo distinguir la línea que los separa. Una vez caminando por la explanada te da por pensar en muchas cosas. Lo primero que pensé es que la vida y la muerte se parecen mucho. Tendemos a verlas como antagonistas y casi no nos damos cuenta de que una está incluída en la otra. Así de simple. Cuando nacemos lo vemos todo oscuro hasta que chocamos con la luz que sale de la sala de un hospital y cuando morimos ¿qué vemos? Una luz blanca al final del túnel. O eso dicen. Pero, están claros los paralelismos. Después de eso, se me daban opciones. A la explanada le seguía un prado enorme y verde, salvaje y hambriento de calma. ¿Qué puedo hacer?¿Qué debo hacer? Cuando estas dos preguntas te asaltan y tienes que elegir la pregunta que te lleva a la respuesta. Y no al revés. Ya se sabe: "La respuesta no es correcta porque no haces las preguntas adecuadas". Como yo iba caminando sola, yo tomé la decisión de adentrarme en el prado e ir alternando la ruta que ya iba dejando tras de mí. Muchas personas van acompañadas de otras que les dicen dónde ir, pero como no era mi caso, me sentí afortunada. Era casi mágico ver que todo aquello no había alterado ni un poco las plantas de mis pies. Me sentía tan ligera, que volar se me acababa de hacer una idea alcanzable.Una cascada barría gloriosa todo el prado y, para mi decepción, se abría serena a una tormentosa y desértica cuesta arriba. Me sentí furiosa. Muchas personas me hablaban de un paraíso tras la cascada, ¿qué había pasado con el mío?

1 comentario:

  1. No, te preocupes, tarde o temprano encontrarás tu paraíso. A lo mejor sólo tienes que subir la cuesta. Espero que, si tomas esa decisión, me la cuentes, porque me está gustando este viaje

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