jueves, 23 de agosto de 2012

Memory Necrosarium



Si pudieras meter un recuerdo en una cápsula del tiempo, ¿qué meterías? o lo que es lo mismo, ¿qué merece la pena recordar? ¿qué momentos de tu vida son lo suficientemente valiosos como para preservarlos de la amenaza del tiempo?
La memoria y la huella que dejamos en la vida parece constatar una de las grande preocupaciones del ser humano. No olvidar a los que queremos, que los que queremos no nos olviden. Es por eso que quizá, descubrir una de estas pequeñas piezas en el jardín de la antigua casa de mi madre fue para mí abrir una brecha en el tiempo y así poder tocarla, aunque fuera ligeramente con la punta de los dedos. Poco he sabido de ella desde que murió cuando yo era aún una niña de dos o tres años. Mi abuela siempre la odió, por eso evitaba hablar de ella y mi padre no quería volver a abrir una brecha que costaba cerrarse con los años. Nada he sabido de la familia de mi madre; el lazo se rompió con su marcha. Sólo conservo una foto de ella en la que aparece sentada leyendo, a contraluz de unos ventanales demasiado grandes para mi gusto. Contemplar aquella foto era como mirarse un espejo roto; a pesar de que me parecía bastante a ella, no era ni una ligera silueta de lo hermosa y elegante que se veía ella en aquel pedazo en blanco y negro. Al contrario que mi madre, yo llevo el pelo corto, negro y alisado con toda la paciencia del mundo. Unos ojos azules siempre enmascarados de negros, y siempre vestida de colores oscuros que me hicieran no destacar demasiado. Si tuviese que ser sincera conmigo misma, diría que soy bastante masculina. Sin embargo, la figura de mi madre se refleja como la de un cisne: pura, blanca y elegante.El pelo largo y castaño claro caía ondulado sobre un lado de su cara y solía vestir con colores pasteles y muy brillantes.Pero volviendo a la caja, debería empezar por contar qué me llevó a ella. No tener pistas de quién fue la mujer que te dio la vida suscitaría la curiosidad de cualquiera pero, ese, no fue mi motivo. Tantos años de evitar mencionarla frente a mi abuela y mi padre, me habían llevado a la conclusión de que quizá ella no mereciese la pena ser conocida. Sacar a la luz las cenizas quizá desenterraría con ella el hacha de guerra en una familia que no se sostenía por sí sola. Siguiendo con el curso de los acontecimientos, el viento sopló por una vez a mi favor y nos llegó una carta por la cual el ayuntamiento de la ciudad pedía permiso para destruir la vieja casa de mi madre. Mi padre quiso zanjar el asunto, pero yo sentía que aquella casa, y con ella mi madre, necesitaban una segunda oportunidad. Así que le dije que no contestara hasta que no supiéramos si algo de valor se encontraba todavía en la casita, cosa que él dudaba. Pero poco podía yo imaginar que lo más valioso del mundo iba a encontrar a allí: los recuerdos, la verdadera historia de Holly, mi madre.