jueves, 7 de noviembre de 2013

Sonetos de Shakespeare traducidos por mí.

XX
Un rostro de mujer trazado por la propia mano natura
Tienes tú, dueño dueña de mi pasión
el gentil corazón de una mujer, mas no conocido
por deambulante cambio, así como es costumbre de mujeres falsas.
Ojos más brillantes que los suyos, menos falsos en veleidad
Cubre de oro el objeto al que contempla;
Hombre en apariencia, toda apariencia que bajo su control
roba los ojos de los hombres y maravilla el alma de las mujeres.
Y como mujer fuiste tú primero creado,
hasta que la naturaleza, mientras te forjaba, cayó prendada
y con lo que sumó me privó de ti,
al añadir una cosa para ningún proposito mío.

Pero desde que ella te dotó para el placer femenino
Mío es tu amor y el uso de tu amor, su tesoro.

CXVI

No sea yo el que a la unión de espíritus leales
admita impedimento. No es amor el amor
que altera cuando encuentra alteración,
O cede con el que cambia para cambiar.

¡Ah, no! Es una señal siempre fija
visible en las tempestades y nunca perturbada;
Es la estrella para todo barco errante,
Cuyo valor es desconocido, aunque su altura es mensurable.

El amor no es esclavo del tiempo, aunque sus mejillas y rosáceos labios
Caen dentro de la curva brújula de su guadaña;
El amor no se altera con sus breves horas y semanas,
Sino que resiste incluso el abismo de la muerte.

Si esto un error fuese, y se me probara
Yo nunca escribí, ni jamás hombre alguno amó.