miércoles, 28 de mayo de 2014

Oda a una compañera de piso


No hubiera nunca pensado que el sonido de la puerta al cerrarse cuando te vas se me haría el sonido más agradable que eras capaz de producir. Supongo que a estas alturas empatizo cada día con cada mueble que decides maltratar sin pudor ni respeto por horario alguno. Pero lo que más me inquieta es el estado de tu mandíbula cuyo crujir puedo apreciar desde mi pequeña habitación siempre que decides alimentarte. Y querida, déjame decirte algo, he decidido expropiar tus maletas de mi habitación, las cuales colaste sutilmente el primer año de convivencia, utilizando mi zulo como tu almacén personal siendo tu habitación el doble de grande. Apenas quiero recordar las veces que has decidido tirar mi café y negarlo en mi cara después como apenas me cuesta identificar la risa falsa que te sale por las comisuras. Estaba de acuerdo contigo con cada queja que emitiste sobre nuestra compañera hasta que irremediablemente vuestras risas me rompieron una mañana festiva en la que dormía plácidamente. Has creado tu propia jerarquía entre tu ropa y la mía aquel día que decidiste desahuciarlas de la lavadora y colocarla sutilmente en una bolsa de basura.
Lo más divertido es que tu hipotética superiodidad intelectual se ve frecuentemente traicionada por tu lengua, al igual que tus acciones por tus palabras. Más que un insulto a mi inteligencia, la sumo a una evidencia de la carencia de la tuya cuando decides utilizar mis cosas sin mi permiso esté o no yo presente y dejar que otros las usen. No es tanto rencor lo que te guardo sino desconfianza. En el fondo, te comprendo, siempre fuiste una anarquista que negaste la autoridad que se auto-proclamaba aquello que llamamos contrato. Ahora que, debido al terrible suceso del robo de este verano tenemos candado en las puertas me siento más segura, porque mis enemigos aguardan bajo mi mismo techo. De alguna manera, así también protejo mi pequeño refugio de cuatro paredes, siempre demasiado caótico y ninguneado por su escaso espacio, pero desde el cual, tengo la certeza, se oyen mejor las gotas de lluvia cuando cae una tormenta.


viernes, 9 de mayo de 2014

El último aliento.


Ahora que la musa ha decidio columpiarse en su traicionero letargo, ahora que ella es capitana incontestable de mis horas muertas, ahora, es ella la única dispuesta a desafiar mis verdades, mis estándares, mis certezas.
Sólo cuando mi imaginación es más grande de lo que puedo soñar y corre descalza rápida como la pólvora, es entonces cuando descubro que he perdido la capacidad de construir algo tangible de algo tan efímero y que para hacer algo de valor habría que exorcizarme las palabras recitando en verso algún diccionario. El cerco se aprieta más contra la garganta de una musa desesperada por gastar su último aliento en un grito de ayuda. Cada golpe del teclado es sólo el eco imperturbable de la sublime locura que cabalga a lomos de una libertad con alas más grandes de la que estas dos pequeñas manos puedan abarcar. Lo que antes me parecían mariposas, ahora tan muertas como el latido, parecen vulgares polillas que se ven reemplazadas por majestuosas víboras sedientas de sangre y dipuestas a tomarle el pulso a estas tristes letras. Los antiguos regueros de tinta son como veneno ardiendo que da de beber al corazón de la musa, tan rota y tan perdida en el silencio indecoroso del tiempo. Y en las profundidades de ese bosque de horas, se saborea un olor que se presenta familiar: la última botella bajo la luz de una lámpara, terriblemente derrochada en emborrachar a esa escarchada embajadora que es mi musa y así convertirala en la mejor y peor de las Górgonas. Preparada ante cualquier caprichoso sacrificio del papel, mi forajida fugitiva empuña su arma para abrir una batalla personal contra la alienación, el silencio, la desaparición.