lunes, 8 de diciembre de 2014



Después de representar cada día como
una función, encuentro cada síntoma de
perdición frente al espejo
y ese sonido retumbante en el pecho,
cálido e insonoro para el resto del 
mundo salvo para mí misma.
Cada gota de sangre chocando contra
las paredes de mi piel en un impulso
électrico que active el pensamiento
último del vacío existencial.
Un cubo de palabras que guarde silencio
será en este versículo mi coartada,
mi testigo, cómplice pero no compañero
de viaje, en mi maleta de mano ya no cabe
nadie más.
Ni tan siquiera el peso de mi existencia o
tal vez, quizá, tal vez, la última firma a mi
paso que revele en un susurro mi
nombre o mi excusa. Quién sabe si sabrá
como el último beso.

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